HISTORIAS DE LA CIUDAD, LA NOCHE, LOS AUTOS Y LA RUTA

HISTORIAS DE LA CIUDAD, LA NOCHE, LOS AUTOS Y LA RUTA

"Ya he escrito toda la carretera. He ido rápido porque la ruta es rápida. Es sobre tí, sobre mí y sobre el camino"
(Carta de Jack Kerouac a Neal Cassady fechada el 25/5/51)





sábado, 18 de agosto de 2012

STONES Y BAFICIS


“Nos habían contado que Buenos Aires era la ciudad que nunca duerme, y esa noche lo entendimos todo” (Campino de Die Toten Hosen)

Veo los rostros marcados de los Rolling Stones en las páginas de una revista y confirmo que no he vivido equivocado. La mirada profunda de Charlie Watts no miente, tampoco el nido de caranchos de Ronnie, ni los jeans chupines de Richards. Tampoco la inmensa sonrisa de Jagger necesita mayores explicaciones, el tipo con sus casi setenta puede estar con las chicas más bonitas de la mitad de mi edad y aun así parecer más joven que ellas, ya que el seguirá rockeando cuando esas nenas decidan sentar cabeza, formar una familia y luego morir. ¿Y todo eso por qué?: porque ellos son el puto rockanrol, ni más ni menos.
Recuerdo que siendo casi un niño me fui a comprar “Tattoo You” a comienzos de los ochentas. Fue uno de mis primeros casetes: un lado fuerte, un lado lento. Por motivos personales ese sigue siendo mi disco favorito de los Stones, que por una cuestión generacional llegó a mi vida en aquella década dorada en la que descubrí que la música podía salvar mi existencia. Y eso no porque fuese a ganarme la vida con ella, sino por algo mucho más importante: porque el rock me daba fuerzas en mis momentos difíciles, me hacía soñar y me invitaba a salir a buscar la aventura misma.
Todo eso no ha cambiado. La foto de Mick y compañía en la revista me lo confirma. Con esos otros tres viejos zorros mirándome como en una invitación a zapar un tema con ellos o a tomar unas cervezas. Me observan como pícaros rufianes diciéndome que la noche aún no se termina y que lo mejor está por venir. “It´s only rock´n´roll but I like it” dice uno de sus mejores estribillos, tan simple como contundente.
Esta tarde tengo que encontrarme con unos amigos en el Picódromo para ver los “300 Libres”. Salgo temprano y no pienso ser de los primeros en llegar, así que mientras bajo por Corrientes cuando llego a la altura del Shopping Abasto decido estacionar una cuadra más adelante sobre la izquierda para tomar un café en el Havanna de la planta principal. Cuando entro veo que el hall central está como atiborrado de hamsters: ha comenzado el Bafici, el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires.
Como todos los abriles –a veces marzos– el Abasto Shopping se atiborraba de pendejos esmirriados y de nenas faltas de buen sexo que lucían enormes anteojos de distintos formatos. Anteojos innecesarios en la mayoría de los casos desde lo óptico, o visual, pero que hacen a la presentación del personaje que representan: el jovencito cool, estudiante de Dirección Cinematográfica, que entiende de cine iraní, o birmano y rechaza –desde luego– todo aquello que venga de Hollywood. Allí andan por el hall del centro comercial como incontables ratitas con sus programitas y sus grillas de 500 películas con sus horarios y números de sala. Tratan de no pasar inadvertidos, de ser vistos en el gran espacio central del Hoyts sentados en los bancos largos, a veces en el piso; consultan entre ellos cuchicheando si tal o cual director pakistaní es el mismo que el año pasado presentó un largometraje filmado con una sola cámara estática y con 2 horas de diálogo en una habitación. Estos chicos lucen con un extraño orgullo unas remeras con estampados de personajes de juegos de computadoras (no veo ninguna de Sid Vicious ni de AC/DC) que indican su pertenencia a la cultura de los nerds o los geeks. Los muchachitos dan mil vueltas para acercarse a la chica de al lado y apoyan sus deditos en el programa para preguntarles si los horarios coinciden, aclarando que el año que viene ya se recibirán de directores. Llevan morrales o mochilas con nada adentro y usan carísimos celulares de pantalla táctil que aún no aparecieron ni siquiera en Japón, lo cual hace un patético contraste con sus camperas, bufandas y gorros de lana de vicuña del altiplano. Todos ellos dicen que Mel Gibson es un grasa y que Tinelli es lo peor que le pudo pasar a la Argentina. Conocen la música de los años ochenta porque la vieron en Youtube y hablan un inglés sin fallas semánticas pero con acento de Serrano y Honduras.
Pienso que el día que se reciban de directores, por más que el gobierno les asigne un presupuesto de cien millones de dólares, estos malcriados jamás filmarían una película tan buena como “Corazón Valiente” por más que critiquen a Gibson. No saben nada de la noche, ni de la calle, ni de autos, ni de violencia, ni de sexo, ni de nada. Un viejo profesor mío de artes marciales que solía desparramarme a patadas me decía que en la calle hay “predadores” y “presas”. Y esta fauna del Bafici está básicamente constituida por presas indefensas. El mundo ha sido piadoso con ellos. No conocieron los tiempos duros.
Estos nerds que hoy mariconean con sus programitas por el hall del Hoyts deberían honrar la gloriosa tierra del Abasto. Hace unos veinte años aquí enfrente había verdaderos templos como Babilonia. En lugares como ese se generaron los primeros pogos de Buenos Aires que eran bastante salvajes por cierto. Se escuchaba a los Redondos, a los Pistols, a los Ramones. Allí siempre había violencia de la buena, con botellas rotas, sangre y policías que entraban a pegar en serio con las tonfas y llevarse a los pibes de los pelos. En los alrededores del viejo mercado de abasto abandonado –ese al que el pelado Luca le cantó como nadie– convivían bailantas tropicales y tugurios de rock bien duro, y esa convivencia solía no ser pacífica, así que tenías peleas en los boliches y luego en las calles donde se olvidaban las internas y luchabas por tu tribu.
Es que ese barrio, y otros rincones de la ciudad como San Telmo resumían la parte ruda de los ochentas y noventas. Vivir intensamente te llevaba al otro lado, como a Miguel Abuelo, a Federico Moura, o al propio Luca. Aquella generación dorada que tanto extraño. “Debajo del puente hay que aprender a moverse, los errores se pagan eternamente” decía una letra de un antiguo tema de Ariel Roth, mucho antes de que estuviese en Los Rodríguez. Antes de que Abasto fuera un shopping esas calles eran un maravilloso territorio comanche donde vivías al límite y la cerveza era baratísima (y todos sabemos lo que eso significa). La técnica –pensábamos- era no beber demasiado porque eso te quitaba inhibiciones, reflejos y estabilidad. He visto caer al piso a sujetos como árboles hachados con la cara contra el asfalto a dormir unas siestas que hubiesen podido evitar estando más frescos. Una Coca y café te mantenían mucho más rápido y conectado que aquellas jarras de cerveza de dos litros que se compraban por pocos pesos –o Australes- y que venía en unos inmensos baldes de plástico.
Vuelvo a mirar a todas las criaturas del Bafici en su histérico hormigueo masivo con sus programitas, y veo una vez más esos sweaters con imágenes de llamas y vicuñas. En los tiempos de viejo Abasto, reflexiono, no hubiesen sobrevivido. Otros mucho mejores de su misma edad, o más chicos aún, hace 30 años morían en Malvinas.
Termino mi café Havanna y vuelvo a salir a Corrientes donde la Chevy me espera silenciosa en la vereda. Entro y cierro su puerta pesada y de hierro. Debo ajustar el apoyabrazos de mi lado que está a punto de desprenderse. Todo lo que necesito es un destornillador. Le doy arranque al 350 y con la primera acelerada en el lugar el V8 ruge. Los “baficis” que siguen entrando al shopping miran a mi auto como espantados y se tapan los oídos. Intuyo que son de los que prefieren alguno de esos autos eléctricos que no contaminan el medioambiente y les contaminan el alma, ya que nunca los llevarán por las rutas de la libertad.
Manejo con destino a la autopista y me dirijo al Picódromo en Camino de Cintura, donde voy a encontrarme con amigos en los “300 Libres”. Prometieron que llevarían mate y facturas.
Un rato más tarde llego al “Pico” y estaciono en la zona de boxes. Unos sujetos llegan en un viejo Falcon de faros redondos. Paran al lado de mi Chevy, se bajan y se me acercan. Uno de ellos –gordo y con gorrita de Ford- sin mediar presentación me da la mano con un afecto propio de mis mejores amigos de la vida y mirándome a los ojos me dice: “vos sos César, el de los cuentos y los videos”. “Si”, le digo. El tipo se golpea el corazón con el puño cerrado diciendo: “me conozco las palabras de memoria” y entona sacando pecho: “Se dice de una raza de inmortales…los halcones estaban allí, cuestión de códigos”, de repente hace una pausa y me dice emocionado: “gracias por expresar este sentimiento”. Le agradezco sus palabras y se despide rumbo a la pista a ver las tiradas mientras me saluda con pulgares para arriba.
Algo debo haber hecho bien, pienso, para lograr conmover a un hombre tan rústico como ese que se aleja y me sigue saludando. Nunca lo había visto en mi vida, lo percibo como un hermano.
De repente me sobresalta el sonido furioso de las Chevys de mis amigos Emiliano, Ariel, Bruno y Diego que entran a boxes pisando los aceleradores. Les hago señas de que estacionen cerca mío, todavía hay lugar. Segundos más tarde del baúl de uno de los chivos, uno de los muchachos saca unas sillas plegables, otro trae un paquete con las facturas envueltas en papel blanco de panadería. Mientras nos vamos sentando entre los autos comenzamos a planificar nuestra próxima salida a la ruta, quizá San Pedro, quizá Rosario, quizá Salto. Comienza a anochecer en el gran estacionamiento del Picódromo al costado de la pista. Los motores enfierrados braman cerca de nosotros, y hablamos de autos americanos, de chicas, de tours por la carretera y de los Rolling Stones.
It´s only rock´n´roll but I like it.

Por César Rodríguez Bierwerth