HISTORIAS DE LA CIUDAD, LA NOCHE, LOS AUTOS Y LA RUTA

HISTORIAS DE LA CIUDAD, LA NOCHE, LOS AUTOS Y LA RUTA

"Ya he escrito toda la carretera. He ido rápido porque la ruta es rápida. Es sobre tí, sobre mí y sobre el camino"
(Carta de Jack Kerouac a Neal Cassady fechada el 25/5/51)





miércoles, 7 de septiembre de 2011

FANTASMAS OXIDADOS



El antiguo casco oxidado de un auto clásico de fabricación nacional, hecho en los sesentas, te mira en silencio bajo capas de polvo y espera escuchando a tu corazón.

En los shows televisivos mas bizarros de un pasado inocente, el viejo mago Tusam se acomodaba su peluquín y antes de comenzar sus increíbles pruebas decía: “¡puede fallar!” Filosofía pura.
El quijotezco ilusionista crepuscular solía salir airoso de sus peligrosas proezas. A veces no. Pero se planteaba a sí mismo los desafíos más descabellados, y se arrojaba al vacío de la televisión en vivo y sus consecuencias cuando algo salía mal, que era, claro, lo que todos esperábamos.
Pero allí estaba el veterano prestidigitador de bajo presupuesto intentando lo imposible para sorprendernos, luchando contra sus molinos de viento en la convicción de que triunfaría ante aquello que nadie se atrevería a intentar. Tusam saltaba desde el trampolín de los valientes, a la vez que nos recordaba su condición humana al grito de: ¡puede fallar! Toda una lección.
Se dice que un héroe es una persona ordinaria que logra proezas extraordinarias. Claro que podemos fracasar en el camino de los sueños, ¡pero que triste sería ni siquiera buscarlos!
Aquellos tiempos parecen a veces tan lejanos, pero están cargados de pequeñas cosas que hacen a lo que hoy somos.
Fantasmas del cine Luxor, y del Concorde y del Paramount, con sus programas continuados de películas de acción y sus maníes con chocolate en cajitas amarillas. Fantasmas de las chicas más lindas de Karim, y del Montecarlo, y de Affaire, que detrás de la barra de tragos escondían sus mochilas con libros universitarios y papelitos de cocaína. Fantasmas de Ave Porco, y del Morocco y del Club Caniche, donde la noche podía ser la mas dulce aventura con perfume de sahumerio canábico y el sonido de aquello que llamábamos “tecno-dark”. Fantasmas de aquel bar Quijote de Avenida de Mayo donde la noche se transformaba en día para aquellos que decidíamos no dormir en las nacientes mañanas de domingo. Fantasmas de aquel Abasto al que Luca le cantaba y que no era un Shopping. Fantasmas de verdes hipopótamos de comidas rápidas con frenys y mobures, y de carreteantes montañas rusas en Libertador y Callao. Fantasmas de las viejas cúpulas del edificio de Córdoba y Esmeralda que nos observan como gárgolas de Notre Dame.
Sabemos que están allí. Y que nos miran en silencio. De a momentos codeándose y susurrando entre ustedes en forma burlona, lo aburrida que se ha puesto Buenos Aires.
Las líneas paralelas jamás se tocan. Y la realidad es un derecho trazo gris que corre a la par de la raya en la cual ustedes nos miran desde las cornisas como los ángeles germánicos de Las Alas del Deseo, o como Brandon Lee en El Cuervo. La “realidad” es una recta que corre paralela a la línea de los espectros con oscuras alas como ustedes. Pero a mi no me engañan. Sé muy bien que están ahí mirándome y señalándome a veces con el dedo, comentando si es que me veo algo cambiado al cabo de todos estos años. El cielo sabe cuanto extraño a veces aquel vagabundeo, acelerando por avenidas nocturnas casi desiertas a la hora en la que salíamos los lobos y dormían las ovejas, escuchando al locutor de radio Horizonte decir a cada hora: “mientras tanto aquí, en Buenos Aires…una nueva hora comienza”.
Sé muy bien que sus espectrales sombras saltan de cornisa en cornisa y me vigilan expectantes, quizá para ver mi próxima jugada. Puedo vivir perfectamente bajo la mirada de todos esos fantasmas de poetas de café y santos bebedores.
En algún momento Jack Kerouac escribió sus famosas 30 máximas de la prosa moderna, y justamente la número 4 –mi favorita- dice: “enamórate de tu propia vida”. Por su parte, D.H. Lawrence sostenía que ni a través del cielo o el paraíso o el amor es que el alma se complace, sino a través del “camino abierto”.

En tanto, aquel viejo casco de majestuosas líneas fabricado en la antigua era del hierro bajo la influencia de los dioses de Detroit, sigue aguardando en ese garage o granero polvoriento. Quizá esté tratando de decirte todo esto con su muda parrilla de metal. Muchos jamás podrán escuchar su clamor, su grito silencioso. Es que ciertos autos no han sido creados para los mediocres. La armadura del templario o la del samurai no estaba reservada para cualquiera, había que ganársela, y no estaba precisamente destinada a los débiles.
Si apoyas tu oído en sus capots, en sus guardabarros, ¿quién puede asegurarte que no escuches alguna de sus épicas historias de nocturnas avenidas, romances apasionados o rutas infinitas? Si, rutas infinitas, quizá los caminos abiertos de Lawrence.
Un auto clásico, pesado caballo de indomable corazón, es en definitiva al igual que vos y yo la suma de sus historias, cicatrices y fantasmas; y ante todo tiene un mensaje para transmitir: “no voy a morir arrumbado. Solo la carretera podrá salvarnos”.
El viejo Sly Stallone –tan denostado por pseudointelectuales enclenques que jamás se calzaron los guantes ni cruzaron un golpe- expresó en su sexta parte de Rocky aquello de que “no se trata de que tan fuerte pegues, sino de que te levantes cuando te golpeen”. Idéntico mensaje al del poeta Almafuerte más de un siglo antes en estas tierras.
Hay un Torino, un Impala, un 400 esperando en tu destino, es el camino del guerrero, el sendero del templario.
Los fantasmas de tu ciudad, de tus noches, de tus rutas y de tus garages te miran atentos, ansiosos por verte acelerar ese carro de combate y rugir una vez más. Nadie tiene la victoria ni la paz garantizada al final del recorrido, pero solo los bravos se levantan y lo intentan, quizá como aquel viejo mago de bajo presupuesto que nos robaba una sonrisa al encarar sus pruebas demenciales. ¡Puede fallar!
Mientras tanto, aquí, en Buenos Aires…una nueva hora comienza.

CESAR RODRIGUEZ BIERWERTH