HISTORIAS DE LA CIUDAD, LA NOCHE, LOS AUTOS Y LA RUTA

HISTORIAS DE LA CIUDAD, LA NOCHE, LOS AUTOS Y LA RUTA

"Ya he escrito toda la carretera. He ido rápido porque la ruta es rápida. Es sobre tí, sobre mí y sobre el camino"
(Carta de Jack Kerouac a Neal Cassady fechada el 25/5/51)





viernes, 21 de enero de 2011

LOS POSTERS DEL TIEMPO


“Todas las historias que escribí son verdaderas…porque creo en lo que vi”
(Jack Kerouac)

En una tarde de Avellaneda de los años setenta, un niño de menos de cuatro años corretea de una punta a la otra de un viejo patio que vio crecer a las generaciones que lo precedieron. Intenta entonar la canción de su serie televisiva favorita: El Zorro. Un delantal de cocina de su madre anudado a su cuello hace las veces de capa, al tiempo que la desmechada gorra de su bisabuelo representa el sombrero del héroe en blanco y negro. Monta una escoba a la que llama Tornado, aquel brioso caballo azabache. Una vara de madera que enarbola con su mano derecha da la idea clara de que lleva su espada desenfundada y lista para luchar contra los malvados en esa esgrima solitaria y nocturna de los verdaderos justicieros. Porque Diego de la Vega da lugar a su razón de ser, solo “cuando sale la luna”. Y lo hace “en su corcel”. Nunca tuvo ni tendrá juguetes caros, no los hay en Piñeiro –Avellaneda-. La escoba, la gorra, el delantal y la vara de madera no son tales cosas en ese mundo imaginario. Son el equipo de Zorro (mas tarde le comprarían la careta). Nada en el mundo podría convencer a ese niño de que no es él, el verdadero justiciero enmascarado de la “Z” o de que esa escoba no es Tornado. Cualquiera insinuase tales afirmaciones blasfemas pecaría de mentiroso. Porque aquello que imaginamos y amamos con pasión es la realidad mas palpable del mundo.
El está allí en ese patio –o quizá solitaria llanura- para recorrer los caminos bajo la luna … y hacer justicia.
O al menos así lo recuerdo lejanamente.
Casi diez años mas tarde el mismo chico, ya a punto de comenzar el secundario, entra con su madre a uno de esos lugares mágicos ya desaparecidos en el tiempo tales como Pumper Nic o el Italpark. El chico y su mamá entran a instancias del insistente pibe, a un local sobre la calle Florida que se llama “Los Pósters del Tiempo”. Y de repente el se queda paralizado frente a una gigantesca lámina que ocupa buena porción de una de las paredes del local. Se trata de una inmensa foto de unos vehículos “areneros” saltando entre las dunas, y al pié de la imagen una frase que reza: “la vida debe ser una gran aventura…o nada”. No fueron los motores ni las grandes ruedas de los vehículos tubulares del desierto lo que más impactó a aquel preadolescente, sino la fuerza de esas palabras.
El chico jamás olvidará esa tarde. Jamás olvidará ese póster que nunca compró por ser quizá muy grande para su pared, o acaso para el bolsillo de su madre. Y jamás olvidará esas palabras impresas sobre las arenas de la foto. De hecho hoy, con más de 40 años las recuerda cada mañana al levantarse. Sin saberlo aquel muchachito sale con su mamá de “Los Pósters del Tiempo” con esa cita en su cabeza. Su vida ha cambiado para siempre.
Muchos años mas pasarían, y aquel chico crecería, y se recibiría de abogado y como tal, hasta trabajaría para una fundación de estudios criminalísticos que colaboraba con el Poder Judicial en determinados casos en distintas jurisdicciones del país. Una de sus primeras misiones, teniendo aún veintipico de años sería la de radicarse por un tiempo indeterminado en la ciudad de Mar del Plata para tomar intervención en algunos asuntos penales que se estaban dando en esa ciudad a 400 kilómetros de Buenos Aires. El novel letrado daba el perfil perfecto para ser el enviado a trabajar allá sin fecha cierta de retorno: no tenía mayores compromisos, era el mas joven del staff jurídico, el de menor antigüedad en la fundación, era soltero, y se sabía que una ciudad como Mar del Plata con sus playas y su vida nocturna, para él sería siempre una tentación, un desafío irrechazable.
Una vez en “la feliz” uno de los primeros casos que le toca investigar es del de una misteriosa serie de suicidios que se habían venido dando en los últimos meses en distintos puntos de la ciudad: un sujeto que se había volado la cabeza con una escopeta en un espigón portuario una noche de agosto; una mujer que había saltado desde un 9º piso de un edificio de la Avenida Colón; y otro tipo que se había disparado en la sien con un revólver sentado en las escaleras que bajan desde la rambla a las playas del centro.
Es sabido que el índice de suicidios en la ciudad de Mar del Plata es de los más altos del país, y muchas veces aquel abogado devenido en investigador se había preguntado por qué. Los manuales de técnica investigativa básica sostienen que el “modus operandi” del hombre que decide quitarse la vida es por lo general a través del uso de un arma de fuego, en tanto las mujeres suelen optar por saltar al vacío o la sobredosis de pastillas. Todo encajaba, pero el elemento esclarecedor de los casos vino por otro lado. Ninguno de los suicidas era marplatense. Todos habían puesto fin a sus vidas fuera de la temporada de veraneo.
El de la escopeta en el espigón era de Mendoza, y conforme consignaba el boleto de micro de ida encontrado en su bolsillo, había llegado a la ciudad unas horas antes de disparase a sí mismo.
La mujer era una viuda de Lomas de Zamora y desde hacía décadas tenía ese departamento de dos ambientes desde el cual saltó, que en enero ponía en alquiler y en el que vacacionaba todos los febreros con su marido, cuando éste aún vivía. Su cuerpo fue encontrado a una distancia intermedia de la base de la torre de departamentos, y en tal sentido es sabido que los peritos sostienen que si el cuerpo aparece a una distancia corta: fue accidente –se tropezó-, si aparece a una distancia larga: fue homicidio –lo tiraron- y por último, si el cuerpo se encuentra en la distancia media como el caso de marras, es que la persona saltó.
Por su parte, el de las escaleras del centro tenía fijado su domicilio en Ciudadela y se había disparado en la cabeza durante la noche.
Ningún marplatense, ni residente de esa ciudad.
Investigando las historias de vida de los protagonistas de los tres casos, en el informe final del joven abogado a quien se asignó el caso, las conclusiones fueron las siguientes: Mar del Plata es una ciudad asociada a los momentos mas felices de las vidas de las personas, ya que allí se va de vacaciones, se veranea, se va a la playa, la gente se enamora fugazmente, hay sol (cuando sale), mar y tiempo libre. Ese lugar está asociado a los recuerdos más alegres e intensos de mucha gente. Los tres suicidas eligieron Mar del Plata porque ese era precisamente el último lugar donde habían sido felices. Para despedirte de este mundo: ¿Qué mejor lugar que ese donde fuiste feliz? ¿que imagen te llevarías a la eternidad? ¿a quienes habrán visto los dos hombres al momento de apoyarse los caños de sus armas en sus puntos vitales? No por casualidad ambos miraban al mar en ese momento. Y la señora del noveno piso, seguramente no se sintió sola al momento de saltar ¿habrá tomado imaginariamente la mano de su difunto esposo al momento de encarar el vacío?
Los tres protagonistas de los casos bajo análisis eligieron el lugar asociado con sus mejores recuerdos, hacia allí viajaron por última vez, y de seguro en los instantes finales cerraron los ojos y vieron a sus seres amados entre la brisa fría del mar para llevárselos con ellos para siempre. Caso cerrado.
Aquello que imaginamos y deseamos con intensidad: ¿es acaso tan irreal?
“La vida debe ser una gran aventura…o nada” decía aquel viejo póster. Supongo que en algún momento los tres suicidas de Mar del Plata sintieron que la aventura había terminado. ¿Cómo vivir sin ella?
Y pasaron los años y según dicen, aquel abogado que antes de serlo fue cautivado por una lámina de pared, y aún antes de ello fuese el mismo Zorro, hoy aprieta las tuercas de un 6 cilindros salido de la GM de la Argentina industrial de los años 70. Con cada acelerada hace que las cáscaras de plástico de los móviles que lo rodean en la calle se estremezcan. Cuentan que a veces sale a la ruta y al cruzarse con otros acorazados de la época, se saludan con toques de bocina y pulgares para arriba como si fuesen conocidos de toda la vida. Y hasta dicen que tiene un grupo de amigos que crece cada día como una hermandad templaria. ¿Qué ven esos tipos cuando se sientan en sus butacas , se aferran al volante y antes de dar arranque cierran los ojos previo a encarar alguna ruta? Seguramente algo tan real como lo que veía el niño que jugaba a ser el Zorro, o como lo que vieron en su salto infinito los tres viajeros de Mar del Plata. Aquello que ven es lo que lleva cada uno en el corazón a contramano de la sociedad. El sistema no fabrica ni incentiva la compra de los autos que ellos manejan. Ellos los vuelven a la vida para seguir haciendo historia y alcanzar más sueños. Son los artífices y creadores de su propia odisea, los domadores de sus “corceles”.
Porque en definitiva todos ellos creen que la vida debe ser una gran aventura…o nada.


CESAR RODRIGUEZ BIERWERTH